Actualmente hay millones de personas en todo el mundo que ejercen, de forma legal o clandestina, el oficio de la prostitución. La inmensa mayoría de ellas, por encima del 90%, son mujeres. De hecho, el porcentaje de clientes masculinos de prostitución es aun mayor, ya que incluye también a aquellos que disfrutan del sexo de pago con chaperos y amantes gais. La prostitución es un negocio basado en el disfrute masculino del placer, a través del pago por unos servicios sexuales concretos. Parece algo obvio, pero a veces hay que ir a la misma raíz del concepto para entender por qué, a pesar de la persecución y de la marginación, todavía sigue habiendo prostitución en el mundo. Y la respuesta es tan sencilla como compleja de analizar: hay prostitutas porque hay hombres que las pagan. Porque hay mujeres necesitadas de dinero para poder subsistir, y en muchos países, el sexo de pago es la única opción para estas chicas.
Si bien no todas las prostitutas están en la misma situación de necesidad extrema, y de hecho, algunas viven perfectamente agradecidas a su trabajo, los problemas suelen forma parte de sus vidas. Al hecho de estar marginadas por el sistema, incluso en los países donde su trabajo ya es legal, se le une toda la presión que cargan sobre sus espaldas, tanto sexual como psicológica. Son mujeres que deben estar siempre a la altura de las circunstancias, amantes perfectas, apasionadas y entregadas al placer para sus clientes. No puede haber un día malo, uno de esos en los que no tenemos ganas de nada. La presión a la que están sometidas las trabajadoras sexuales va mucho más allá del peligro al que se exponen en sus servicios, o de la baja autoestima que suelen sufrir. Según datos recientes, más del 70% de las trabajadoras sexuales afirman haber tenido episodios de ansiedad y depresión, volviéndose crónicos en muchos casos. ¿Cómo son capaces de cuidar su salud sexual? En este artículo vamos a ahondar en los pormenores de este tema, revelando lo que suelen sufrir las prostitutas por su trabajo.
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