14 octubre, 2020
Redactado por Sora

Pasión por el fútbol ¿por qué nos gusta tanto?

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Es el deporte rey en buena parte del mundo, y ha ido conquistando continentes desde su nacimiento, hace casi siglo y medio. El fútbol, o balompié, para diferenciarlo del fútbol americano o el fútbol gaélico, tiene algo que desde luego lo hace destacar sobre otros deportes. Tal vez no sea el más sencillo, ni siquiera el más excitante. En muchas ocasiones, los partidos pueden llegar a ser aburridos e incluso haber empates sin tantos. Y sin embargo, pocas veces se consigue en otros deportes la emoción que vemos en el fútbol, porque si has nacido en Europa o Latinoamérica lo tienes completamente asimilado desde que eres un crío. Es una pasión que se hereda de padres a hijos, y aunque es cierto que algunos se escapan, los seguidores de los equipos se cuentan por millones en todo el mundo.

Es impensable encontrar cualquier tipo de entretenimiento que logre reunir cada fin de semana a miles de personas en los estadios, y millones en la televisión. El fútbol se ha convertido en un espectáculo y para muchos ha perdido su verdadera esencia deportiva. El éxito que sigue teniendo, sin embargo, es innegable, y no hay más que ver la situación que se vive durante la pandemia, cuando incluso en este momento tan complicado, el fútbol ha vuelto para mantener viva esa llama en los aficionados. Hay quien piensa que el fútbol es simplemente el pan y circo de esta nueva era, el opio del pueblo. Sin embargo, nosotros preferimos quedarnos con la frase del gran Arrigo Sachi: “el fútbol es, con diferencia, la más importante de las cosas menos importantes”.

Fútbol: sinónimo de alegría

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Si nos tenemos que poner a pensar en porqué nos gusta el fútbol, o porqué este deporte levanta tantas pasiones en todo el mundo, lo primero que se nos viene a la cabeza es la alegría, la forma en la que la afición siempre está apoyando a un equipo, la manera de sentirse dentro de todo ese grupo, de entrar en el estadio y cantar, vibrar con cada ocasión, celebrar los goles como si nos fuera la vida en ello. El fútbol también nos da muchas tristezas, por supuesto, como cuando nuestro equipo pierde. Sin embargo, las alegrías suelen ser más importantes y sobre todo, más intensas, porque se comparten también con el resto de aficionados, con todo el público que siente, vibra y canta de la misma manera, con el mismo sentimiento, desde el pitido inicial. El compartir esa alegría con nuestros seres queridos o simplemente con desconocidos de nuestro mismo equipo es algo indescriptible.

Una vía de escape

Para muchos, acudir cada fin de semana al estado o simplemente sentarse delante de la televisión a ver a su equipo jugar supone uno de los mejores momentos de la semana, un rato en el que se pueden olvidar absolutamente de todo, por muy mal que vayan las cosas, para disfrutar de un rato de pasión y emoción con su equipo del alma. Esa vía de escape que supone el fútbol seguramente haya salvado muchísimas vidas, porque es uno de los entretenimientos más compartidos, especialmente por los hombres. Sin embargo, algunos lo llevan demasiado lejos y desatan toda su frustración cuando llega la hora del partido, convirtiéndose en auténticos hoolingas que pasan de los gritos a los insultos y de ahí, a veces, incluso a las agresiones. Siempre sin llegar a ese extremo, el fútbol ofrece la posibilidad de olvidarnos de todo por un rato y dejarnos llevar.

Beneficios psicológicos del fútbol

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No es casualidad que el fútbol se haya convertido en un deporte tan increíblemente popular, y es que en todo este tiempo ha ido evolucionando muchísimo, pero siempre con una gran afición detrás. De hecho, hay varios estudios que defienden que disfrutar del fútbol ofrece evidentes beneficios psicológicos, basados en todas esas emociones que sentimos cuando lo vemos. La más evidente es la alegría, como ya hemos apuntado arriba. Sentir ese momento de adrenalina y emoción, que culmina en un gol o en un triunfo de nuestro equipo, es algo tremendamente positivo, aunque solo seamos partícipes indirectos de ello. El hecho de sentirnos integrados dentro de un grupo, en este caso de una afición, con la que compartimos ilusiones y fracasos, símbolos y cánticos, es algo que tiene también mucho de positivo, un beneficio evidente para entender que formamos parte de algo enorme.

El propio fútbol no se entiende solo como un deporte, sino como una verdadera factoría de sentimientos. Si nos dejamos llevar por el entusiasmo viviremos una experiencia realmente intensa en el campo, animando a nuestro equipo y pasando seguramente por todas las fases posibles en apenas noventa minutos. Esto es algo que, bien llevado, nos ayuda a canalizar la frustración, a aprender a perder y a ganar, a sentir que el esfuerzo y el trabajo tienen su recompensa, pero también a entender que a veces las cosas no son del todo justas. El fútbol también es integración, es unirnos con otras personas que igual  no piensan como nosotros, que vienen de culturas diferentes, pero que tienen nuestro mismo objetivo, que es ganar.

Cuando nuestra pasión se lleva al extremo

El problema, como ya apuntábamos antes, es dejarse llevar demasiado por esta pasión, tanto que afecte nuestras vidas. Es complicado hacérselo entender a cualquier aficionado, pero el fútbol debería ser simplemente un hobby, algo que compartamos con otras personas y que disfrutemos en nuestro tiempo libre. Nos puede costar el dinero, sí, pero no hipotecarnos. Podemos defender a nuestro equipo, por supuesto, pero eso no significa que nos lleguemos a pelear o incluso a agredir a alguien porque sea del rival. Debemos saber utilizar el fútbol para disfrutar y no para canalizar nuestra rabia y nuestro odio, algo que por desgracia ocurre demasiado a menudo, incluso en campos de pueblos pequeños y barrios, donde cada fin de semana se dan ejemplos horribles de conducta por parte de algunos energúmenos que piensan que cuando entran en un estadio tienen carta blanca para hacer lo que deseen.